El efecto Mozart

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En el día de los Libros, las Rosas y la Cultura hablemos del llamado “efecto Mozart” y los beneficios de la música en nuestro organismo

En 1993, la psicóloga Frances Rauscher y el neurobiólogo Gordon Shaw de las Universidades de California y Wisconsin respectivamente, describieron que la exposición de 36 estudiantes durante 10 minutos a la sonata para dos pianos en re mayor K. 448 de Mozart, tenía efectos positivos en las pruebas de razonamiento espacio-temporal. Este efecto duraba unos 10 minutos y el hallazgo fue publicado ese mismo año en la revista Nature. Desde entonces se han intentado repetir estos experimentos y nunca se ha llegado al mismo resultado. Continúa pues siendo objeto de investigación en busca de la pronunciación definitiva que reivindique o deseche la teoría en cuestión. Lo que sí parece constatarse a través de todos los experimentos realizados  hasta la fecha es que escuchar música clásica:

–          Ayuda a desarrollar la inteligencia de los niños (para los niños entre 3 y 12 años representa una mejora en la capacidad de razonamiento)

–          Desarrolla habilidades para la lectura y la escritura, del lenguaje verbal, de habilidades matemáticas, de la capacidad de recordar y memorizar.

–          Atenúa los efectos de algunas determinadas enfermedades como el Alzheimer.

El psicólogo, escritor y educador musical Don Campbell (uno de los defensores e investigadores de los resultados del efecto) propone que el niño, desde su etapa fetal, debe ser estimulado musicalmente por su madre. De este modo mejorará su crecimiento, su desarrollo intelectual, físico y emocional y su creatividad. Este efecto también sigue dando buenos resultados durante los primeros cinco años de vida, estímulo capaz de formar seres inteligentes pero además emocionalmente sanos.

Don Campbell  en su libro El efecto Mozart constata además que  “no es necesario oír para escuchar”, puesto que se puede oír con el cuerpo tal como demuestra el hecho de que varios de los más fabulosos oyentes y músicos de la historia hayan sido sordos:

“Aunque no podían oír con los oídos eran capaces de percibir las configuraciones rítmicas en las vibraciones que sentían en las manos, huesos u otras partes del cuerpo. Hellen Keller, la gran educadora, era ciega y sorda, y aprendió a oír con las manos. Evelyn Glennie, joven percusionista escocesa contemporánea, que ha compuesto importantes sinfonías conocidas en todo el mundo, aprende música abrazando un altavoz estereofónico o poniéndose un reproductor de casetes en la falda. Afina el tímpano (instrumento) sintiendo en la cara y los pies, y cuando actúa normalmente lo hace descalza para oír la música en las reverberaciones del escenario de madera. Sus asombrosas capacidades han hecho comprender al mundo musical que es posible recibir sonidos y actuar expresivamente sin usar las vías auditivas tradicionales.

Al principio, Glennie aprendió a reconocer las notas altas y bajas poniendo las manos en el lado exterior de la pared de la sala de música del colegio. Recuerda que algunas notas le producían hormigueo en los dedos, mientras que otras le vibraban en la muñeca. «Tengo una sensación conjunta del sonido percibida por muchas fuentes, mientras que las personas que oyen sólo dependen de los oídos», dice. Hace unos años, un grupo de científicos de Glasgow la examinaron y comprobaron que su cerebro no reaccionaba al habla. Pero sí detectaron actividad en reacción a la música.

Entre otros músicos famosos que sufren o sufrían de sordera o dureza de oído (aparte de Ludwig van Beethoven, que cuando compuso y dirigió sus últimas obras importantes ya estaba totalmente sordo) están Brian Wilson de los Beach Boys, y Bedrich Smetana, el compositor checo. El talento musical en personas con discapacitación auditiva podría ser más común de lo que pensamos. En el Instituto Saint Joseph para Sordos de Bronx (Nueva York), varios alumnos han demostrado tener capacidades excepcionales.

El talento de Boudi Foley lo descubrieron cuando él tenía siete años. Sus padres egipcios, médicos los dos, se trasladaron a Estados Unidos a comienzos de los años noventa para que su hijo pudiera asistir a un colegio especial para niños con problemas auditivos. Una noche Khalil y Ahmed Foley decidieron asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica de San Luis. Al no presentarse la persona que iba a cuidar al niño en su ausencia, decidieron llevarlo, suponiendo que se quedaría dormido durante el concierto. Ante su asombro, la música despertó al niño, que comenzó a mover los dedos al compás de la música. Sus padres entonces contrataron a Sona Haydon, pianista e instructora en la Universidad de Washington, para que trabajara con su hijo. Ella le enseñó los rudimentos del ritmo y de llevar el compás dándole golpecitos en la espalda. Según Sona, ahora Boudi toca el piano como un niño «prodigio», y dice que desea hacerse mayor y componer música como Beethoven, su compositor favorito.”

 

A pesar de ello, Campbell defiende la importancia de la detección precoz de la pérdida auditiva y la necesidad básica de “enseñar a un niño a escuchar”, y asegura:

 

“De hecho, si no sabemos escuchar (en cuanto opuesto a oír) es posible que no logremos progresar en la adquisición de habilidades de aprendizaje más complejas. En las relaciones con los demás, pasamos la mayor parte del tiempo escuchando. Según los resultados de una encuesta, escuchar nos ocupa un promedio del 55% del tiempo de comunicación diaria, mientras que hablar nos ocupa un 23%, leer un 13%, y escribir sólo un 9%.”

Escuchar bien, es decir, todo el espectro de sonidos del mundo que nos rodea, nos permite estar totalmente presentes en el momento.

…y en Beltone te ayudamos a conseguirlo.

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