Educación y personas sordas: siglos de evolución

0
7343

Educación y personas sordas: siglos de evolución. Hoy en día las personas con discapacidad auditiva están perfectamente integradas en la sociedad. Los niños sordos tienen acceso a la educación, pero no siempre fue así. El binomio educación y discapacidad auditiva ha ido sufriendo una profunda transformación a lo largo de la historia.

En el siglo XV las personas sordas eran consideradas enfermas y se les negaba todo tipo de razonamiento, por lo que vivían apartadas de la sociedad, sin posibilidades formativas. En 1501, Girolano Cardano fue quien primero dio a conocer que el colectivo de personas sordas podía comunicarse con oyentes a través de signos manuales, pero fue el benedictino Pedro Ponce de León quien realmente se interesó en la educación de este colectivo, actuando como promotor de una evolución que culmina en el siglo XVII, momento en que la educación para sordos adquiere más importancia.

Educación y personas sordas: siglos de evolución. Sin embargo, la inclusión de las personas con discapacidad auditiva en el mundo educativo no termina de producirse con normalidad. Un siglo más tarde, el abad Charles-Michel de L’Epée funda la primera escuela para sordos de la que se tiene constancia, abriendo un camino en el que destacaron diferentes educadores como Jean-Marc Itard, conocido por su trabajo con niños sordos.

En 1878 se celebra en París el I Congreso Internacional sobre Instrucción de Niños Sordos, que defendía que el lenguaje oral era el camino más fácil para incorporar a las personas sordas en la sociedad, apoyándose en el lenguaje de signos. Esta idea se mantuvo hasta los años 60.

En esta década, diversos estudios pusieron de manifiesto el valor lingüístico y las múltiples posibilidades de expresión de la lengua de signos, al tiempo que se incidía en que la adquisición temprana de la lengua de signos por parte del niño con deficiencias auditivas podía ser clave para su desarrollo cognitivo y lingüístico posterior. La sociedad por fin tomaba constancia de que el método oral no permitía a las personas sordas comunicarse en plenitud, lo que marca una apuesta firme por la lengua de signos como principal fórmula de comunicación para personas sordas.