Una proteína contra la sordera. Hace un año supimos que un equipo de la Facultad de Medicina de la universidad de Maryland, en EE.UU, había identificado una proteína del oído interno que era crucial para convertir las señales sonoras en impulsos eléctricos identificables por el cerebro.
Una proteína contra la sordera. Se trata de la CIB2, presente en las estereocilias, de medio micrómetro de diámetro e indivisibles y no regenerables, de cada una de nuestras dos orejas. Cuando interactúa con otras dos proteínas, la TMC1 y la TMC2, descubiertas en 2002, puede convertirse el sonido en información para nuestros sentidos. Si esta comunicación no se produce, bien desde el nacimiento o por diferentes enfermedades o degeneraciones, entra en juego la sordera, que los audífonos contribuyen a mitigar en buena medida.
Una proteína contra la sordera. Otro equipo, esta vez de la Facultad de Harvard, también en EE.UU, ha confirmado el mes pasado que es la mutación de la proteína TMC1 la principal culpable de los déficits auditivos por causas genéticas. Experimentos con ratones, animales con las cócleas (caparazones del oído interno) muy parecidas a las de los humanos, confirmaron que las mutaciones de la TMC1 provocan las sorderas irreversibles, sobre todo a partir de los 50 años. El sistema CRISPR-Cas9, inventado por los doctores Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier y reconocido como el avance científico más importante de 2015 por la revista Science, permite manipular células hasta detener el proceso de sordera y se ha probado con éxito en ratones, pero el proceso es muy delicado y todavía no se conocen los efectos secundarios.
No obstante, no hay que desanimarse. La solución está en marcha y viene de la mano, cómo no, de la ciencia.
Hugo Serván.